(La Robla, León, 8 de marzo de 1926 – Mazcuerras, Cantabria, 16 de marzo de 2011)
Recuperamos para nuestros lectores más jóvenes este artículo escrito por MARCOS GIRALT TORRENTE en El País, en recuerdo y homenaje a Josefina Aldecoa, fallecida el 16 de marzo.
Conocí a Josefina Aldecoa en septiembre de 1980, cuando ingresé como alumno en el colegio Estilo para repetir 6º de EGB. En 1980 en España todavía abundaban los colegios en los que sucedían cosas extrañas. En aquel del que yo venía, un colegio público, mi tutor se ponía la alianza entre dos falanges del dedo corazón y atizaba unos capones que picaban y dolían de verdad. Nada así habría sido concebible en los dominios de Josefina. Tampoco el pretencioso encorsetamiento de otros colegios privados que había conocido en mi breve pero errática carrera escolar. A Josefina no había que llamarla de usted, como tampoco a ninguna de las profesoras (todas lo eran, salvo el de gimnasia), y eso a pesar de que habría sido lo más conveniente, ya que las había realmente mayores. A Josefina le bastaba con una mirada para cuadrar a toda una clase de niños. O con abrir de golpe las puertas correderas de su despacho. Era la última instancia disciplinaria del colegio y ejercía su papel con resignación tan bien disimulada que los alumnos tendíamos a ver tan sólo su semblante severo sin darnos cuenta de que el raro oasis que habitábamos era obra suya. La finalidad de un colegio no es hacer felices a los alumnos, pero yo fui más feliz en el colegio Estilo que en cualquier otro de los que conocí. La razón es bien sencilla. Ni nos daban píldoras de la felicidad ni nos sobornaban con regalías. Simplemente percibías que lo que te rodeaba era como debía ser. Todo resultaba razonable, de sentido común. Las profesores eran buenas pedagogas, conocían su asignatura y trataban de enseñarnos más allá de lo que dictaban los romos programas oficiales. Sabían ser flexibles cuando era necesario y nunca se les ocurría representar lo que no eran.
Las había francamente extravagantes, y con duros historiales de lucha política a sus espaldas de los que sin embargo no hacían ostentación. No nos impartían religión pero sí historia de las religiones; leíamos libros, como los cuentos de Maupassant, en los que ningún ministerio de educación español había reparado hasta entonces pero que nos introducían en la lectura más eficazmente que el canon oficial de la literatura castellana; hacíamos películas; cosíamos (también los chicos) sin que el rubor asomara a nuestros carrillos... Siempre he dicho que mi paso por el colegio Estilo me enderezó y me permitió, algunos años después, alcanzar la universidad. Aprendí que no es refugio la desidia. Se lo debo a Josefina y a las mujeres maravillosas de quienes supo rodearse. Afortunadamente tuve ocasión de decírselo muchas veces. Lo mejor, no obstante, fue contar con su amistad.
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