EL NOMBRE DE LA ROSA
La película, basada en el best seller homónimo de Umberto Eco, sobradamente conocido, aborda con notable acierto el problema que plantea la existencia de tres planos en la obra original: el argumento policiaco, con un asesino y un detective que debe descubrirlo; el relato histórico, es decir, el situar personajes y hechos ficticios junto con otros reales y en un contexto del pasado (en este caso, una abadía cluniacense del siglo XIV); y la tesis filosófica, más concretamente nominalista, que se resume en el título y plantea la futilidad de la esencia de las cosas: la realidad son sólo los libros que hablan de ella, el mundo (conjunto de entes) es pues una biblioteca (conjunto de libros) y el apocalipsis cósmico viene a ser la destrucción de ésta, tras de lo cual sólo queda el nombre, pálido reflejo de la cosa pero lo único a lo que ya podemos acceder.
Ardua cuestión suponía adaptar a la pantalla grande un texto tan complejo. ¿Cómo traducir en imágenes su riqueza estructural sin provocar el aburrimiento del espectador medio? Yendo por el único camino posible: centrarse en la historia de crímenes, que borda Sean Connery (genial en su papel de fraile detective, lleno de matices, mucho más que un James Bond con hábitos), reducir a lo mínimo el documental histórico sobre la Edad Media (aun así la ambientación es prodigiosa, con una abadía feudal sublime a la vez que sórdida) y eliminar del todo el trasfondo filosófico (“veneno para la taquilla”), pero no sin realizar una pirueta que permite mantener el título original, gancho para el gran público.
La película respeta, por otro lado, el mensaje de amor a los libros que Umberto Eco, profesor universitario, difunde a raudales en su novela. En un mundo bajomedieval, basado en la explotación de los humildes y la represión del pensamiento, con un buen catálogo de vicios anidando entre hombres teóricamente santos, la gigantesca biblioteca monacal es un faro de luz, paraíso accesible sólo a los elegidos, clave para entender el universo. No por casualidad detective y asesino son dos hombres cultísimos, que se admiran mientras se tienden trampas a través de corredores atestados de anaqueles con títulos inimaginables. Tampoco es casual que, cuando la biblioteca comienza a arder, fray Guillermo (Sean Connery) le diga a su novicio ayudante: “¡No te preocupes por mí! ¡Salva los libros!” Por supuesto que éste no le obedece, pero... qué hermoso mandato.
En fin, la película cumple con creces lo que debe pedirse a todo film basado en una obra escrita: no decepcionar a quienes ya conocieran ésta, pese a no tener más remedio que mutilarla, e incitar a leerla a los que aún no lo hayan hecho. Que así sea.
ay sexo:o
ResponderEliminar